jueves, agosto 27, 2015

Amado Nervo



Amado Nervo, seudónimo de Juan Crisóstomo Ruiz de Nervo y Ordaz (Tepic, en ese entonces en Jalisco, hoy en Nayarit; 27 de agosto de 1870 -Montevideo, Uruguay; 24 de mayo de 1919), fue un poeta y prosista mexicano, perteneciente al movimiento modernista. Fue miembro correspondiente de la Academia Mexicana de la Lengua, no pudo ser miembro de número por residir en el extranjero.
Poeta, autor también de novelas y ensayos, al que se encasilla habitualmente como modernista por su estilo y su época, clasificación frecuentemente matizada por incompatible con el misticismo y tristeza del poeta, sobre todo en sus últimas obras, acudiéndose entonces a combinaciones más complejas de palabras terminadas en "-ismo", que intenta reflejar sentimiento religioso y melancolía, progresivo abandono de artificios técnicos, incluso de la rima, y elegancia en ritmos y cadencias como atributos del estilo de Nervo.
El sonoro nombre de Amado Nervo, frecuentemente tomado por seudónimo, era en realidad el que le habían dado al nacer, tras la decisión de su padre de simplificar su verdadero apellido, Ruiz de Nervo. Él mismo bromeó alguna vez sobre la influencia en su éxito de un nombre tan adecuado a un poeta.
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EL NUEVO AMOR


Todo amor nuevo que aparece 
nos ilumina la existencia, 
nos la perfuma y enflorece. 

En la más densa oscuridad 
toda mujer es refulgencia 
y todo amor es claridad. 
Para curar la pertinaz 
pena, en las almas escondida, 
un nuevo amor es eficaz; 
porque se posa en nuestro mal 
sin lastimar nunca la herida, 
como un destello en un cristal. 

Como un ensueño en una cuna, 
como se posa en la rüina 
la piedad del rayo de la luna. 
como un encanto en un hastío, 
como en la punta de una espina 
una gotita de rocío... 

¿Que también sabe hacer sufrir? 
¿Que también sabe hacer llorar? 
¿Que también sabe hacer morir? 

-Es que tú no supiste amar...


EL PRIMER BESO

Yo ya me despedía.... y palpitante 
cerca mi labio de tus labios rojos, 
«Hasta mañana», susurraste; 
yo te miré a los ojos un instante 
y tú cerraste sin pensar los ojos 
y te di el primer beso: alcé la frente 
iluminado por mi dicha cierta. 

Salí a la calle alborozadamente 
mientras tu te asomabas a la puerta 
mirándome encendida y sonriente. 
Volví la cara en dulce arrobamiento, 
y sin dejarte de mirar siquiera, 
salté a un tranvía en raudo movimiento; 
y me quedé mirándote un momento 
y sonriendo con el alma entera, 
y aún más te sonreí... Y en el tranvía 
a un ansioso, sarcástico y curioso, 
que nos miró a los dos con ironía, 
le dije poniéndome dichoso: 
-«Perdóneme, Señor esta alegría.»


TANTO AMOR


Hay tanto amor en mi alma que no queda 
ni el rincón más estrecho para el odio. 
¿Dónde quieres que ponga los rencores 
que tus vilezas engendrar podrían? 

Impasible no soy: todo lo siento, 
lo sufro todo...Pero como el niño 
a quien hacen llorar, en cuanto mira 
un juguete delante de sus ojos 
se consuela, sonríe, 
y las ávidas manos 
tiende hacia él sin recordar la pena, 
así yo, ante el divino panorama 
de mi idea, ante lo inenarrable 
de mi amor infinito, 
no siento ni el maligno alfilerazo 
ni la cruel afilada 
ironía, ni escucho la sarcástica 
risa. Todo lo olvido, 
porque soy sólo corazón, soy ojos 
no más, para asomarme a la ventana 
y ver pasar el inefable Ensueño, 
vestido de violeta, 
y con toda la luz de la mañana, 
de sus ojos divinos en la quieta 
limpidez de la fontana...


SI TÚ ME DICES ¡VEN!


Si tú me dices «¡ven!», lo dejo todo... 
No volveré siquiera la mirada 
para mirar a la mujer amada... 
Pero dímelo fuerte, de tal modo 

que tu voz, como toque de llamada, 
vibre hasta el más íntimo recodo 
del ser, levante el alma de su lodo 
y hiera el corazón como una espada. 

Si tú me dices «¡ven!», todo lo dejo. 
Llegaré a tu santuario casi viejo, 
y al fulgor de la luz crepuscular; 
mas he de compensarte mi retardo, 
difundiéndome ¡Oh Cristo! ¡como un nardo 
de perfume sutil, ante tu altar!


NO SÉ QUIÉN ES

¿Quién es? -No sé: a veces cruza 
por mi senda, como el hada 
del ensueño: siempre sola... 
siempre muda... siempre pálida... 
¿Su nombre? No lo conozco. 
¿De dónde viene? ¿Do marcha? 
¡Lo ignoro! Nos encontramos, 
me mira un momento y pasa: 
¡Siempre sola...! ¡Siempre triste...! 
¡Siempre muda...! ¡Siempre pálida! 

Mujer: ha mucho que llevo 
tu imagen dentro del alma. 
Si las sombras que te cercan, 
si los misterios que guardas 
deben ser impenetrables 
para todos, ¡calla, calla! 

¡Yo sólo demando amores: 
yo no te pregunto nada! 

¿Buscas reposo y olvido? 
Yo también. El mundo cansa. 
Partiremos lejos, lejos 
de la gente, a tierra extraña; 
y cual las aves que anidan 
en las torres solitarias, 
confiaremos a la sombra 
nuestro amor y nuestras ansias...

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